Atando cabos sueltos. Y ahora, ¿qué?

Hola a todos. Esta entrada llega con mucho retraso, pero que remedio. Al ser amnésico se me olvida que tengo que escribir aquí. Ruego que me perdonéis. 
Si recordaís lo último que relaté, acababa de recordar que la plabra clave era "bandurria", y que estaba rodeado de una panda de palurdos que hablaban en inglés, y que cada uno llevaba consigo un instrumento musical de cuerda de la familia de las guitarras. Entré en furia, pero los gañanes al ver que había descubierto la palabra secreta, explotaron en nuves de humo demoníaco, y se esparcieron al viento. Todos sus instrumentos musicales calleron al suelo, y me quedé en alquel triste villorio yo solo. Curiosmente, mi dolor de cabeza desapareció, miré a los instrumentos musicales que estaban siendo tañidos por aquellas maléficas criaturas, y pese a que había alguno digno, como un par de guitarras électricas, sentía que habían sido mancillados, y que solo podían ser purificados de una manera. Apilé todos los instrumentos en un gran montículo y les pegué fuego, justo cuando estaba anocheciendo.
Me senté relajado oyendo el agradable crepitar, y observando los remolinos de fuego que se formaban entre las llamas. Me sentía bien, y un poco más tarde apareció el Moai en la oscuridad. 
-Buen trabajo -me felicitó-. Has superado la primera prueba. 
-Ha sido dificil, pero no es una queja ¿Vale? Me siento muy bien. 
-Perfecto. Come algo y duerme. Te lo has ganado. 
Hice lo que el moai me dijo y no tuve sueños extraños esa noche. Dormí como un tronco. A la mañana siguiente cuando me desperté encontré un regalo inesperado. Entre las cenizas de la hoguera de anoche, había cinco instrumentos que no habían sido consumidos por las llamas, los limpié y ante mi asombro me encontré con cinco bandurrias. Una roja, cómo el fuego, otra azul como el mar, otra verde como las hojas de los árboles, otra color ocre como la tierra de labor, y la última de color negro cómo el alma de un banquero. Las ordené y las miré con atención. En algún recóndito lugar de mi mente, yo conocía aquellos instrumentos. Pero no recordaba de qué.


-Son importantes -dijo el Moai-. Al igual que el Fénix, han renacido de sus propias cenizas. Debemos llevarlas con nosotros -y acto seguido se las tragó dentro de sus respectivos estuches. 
Menos mal, si no no hubiera sabido como iba a transportar cinco bandurrias.
-Bueno. -dije-.¿Y ahora qué?
-Sígueme. ¿Ves esa montaña de allí? -dijo señalándome un enorme y pelado cono volcánico que se elevaba en el horizonte. 
-Aja. 
-Debemos ir para allá. En las faldas de esa montaña se encuentra nuestra próxima etapa. 
Sin mediar palabra nos pusimos en camino. Mi petreo guía no tenía demasiadas ganas de hablar, y de no ser por que se movía, por primera vez estaba callado como una estatua. Sin envargo a las dos horas de camino me preguntó. 
-¿En que piensas?
-Creía que podías leerme el pensamiento. 
-No lo estoy haciendo ahora mismo. Solo me comuníco telepáticamente. ¿En que estás pensando?
Suspiré. 
-Estaba pensando en preguntarte si falta mucho para que termine toda ésta locura, pero sé que aunque lo supieras no me lo dirías, y lo más probable es que te enfadaras conmigo y me volvieses a insultar. Así que... ¿Qué más da? 
-Que más da... ¿Qué se termine o que yo te diga cuando se termine?
-Las dos cosas. Sólo espero que termine lo mejor posible. 
El Moai sonrió y me miró afectuosamente. 
-Muy bien -me felicitó-. Vamos aprendiendo poco a poco. 
Por fin, después de una larga jornada llegamos al pie de la montaña y nos encontramos ante un enorme templo excavado en la roca, a su alrededor se encontraban muchas ruinas de lo que parecía una civilización perdida. No se porqué, pero aquello me encantó. 
-Me gustaría saber dónde estamos. Porque éste sitio me gusta. 
-Tu siguiente prueba será entrar en ese templo excavado en la roca de ahí. 
Bueno. No parecía demasiado complicado, así que encendí la linterna y penetré en la oscuridad del templo en ruinas. Aquello era una pasada, con grandes columnas excavadas en la roca viva. La luz de mi linterna revelaba una enorme estancia, a oscuras. Penetré cautelosamente por la oscuridad, hasta que llegué al final del templo, y ví un enorme mural excavado en la roca, con una inscripción tallada en extraños jeroglíficos. Y que curiosamente sabía como leer:

"El poseedor de las cuatro bandurrias se alzará contra el maligno gnomo y abrirá el camino a la playa de Salamanca. La maza de Carlo Magno romperá los cráneos del ejercito de los Hombres Cangrejo. El martillo de uránio aplastará a los aliens bandurrianos. Y la bandurria rockera tocará las notas de la victoria". 

Entonces me acordé, que hace mucho, mucho tiempo había leido esa misma estela. Si, lo recordé perfectamente, y tambien me acordé de que me hice con dos bandurrias, la de fuego y la de tierra, además del martillo de uránio. Pero no recordaba nada más.
De todas formas me sentía entusiasmado, puesto que las cuatro bandurrias eran las que poseía el Moai, en su estómago, ahora solo tenía que buscar ese maligno gnomo... Un momento. ¿Me estaría espiando esa criatura en la oscuridad? Me puse muy nervioso, y asustado, y empecé a pasear el haz de luz de la linterna por la gran cámara del Hipogeo, pero no vi nada extraño ni amenazador. Solo me fijé en la curiosa disposición de las columnas donde yo me encontraba. Estaban dispuestas en cuadrado, y en mi  posición debería haber una columna central, pero en lugar de eso lo que había era un espacio vacio justo enfrente de la gran estela donde estaba inscrito la extraña profecía. Miré al suelo y pegué un bote del susto, ya que había un gran mosaico de una criatura cabezuda y desagradbale con aspecto de gnomo. En las columnas de alrededor había cuatro huecos con forma de bandurria.
Estaba claro. Corrí hacia la salida y le conté al Moai mi descubrimiento, encontré al maligno gnomo y podía alzarme ante él como poseedor de las cuatro bandurrias. El único problema es que no tenía la maza de Carlo Magno para enfrentarme a los hombres cangrejo.
El Moai entró en el templo conmigo y colocamos las cuatro bandurrias en cada uno de los huecos.
Yo estaba asustado pues no sabía lo que iba a pasar al ponerme encima de mosaico del maligno gnomo, tenía miedo de que se abriera un vortice y entraran en tropel una gran cantidad de criaturas horribles con aspecto de crustáceo. Miré al Moai y le dije.
-No me queda otra. ¿Verdad?
-Esta es tu decisión.
Respiré hondo y di un paso al frente, situandome de pie parado ante el gran mosaico. Y entonces miré como las letras de la estela grabada en la roca empezaba a brillar junto con las cuatro bandurrias, y poco a poco fué abriéndose un vortice.
-Ese es el camino a la playa de Salamanca. ¿Verdad?
-Eso es -contestó el Moai.
Yo estaba aterrado.  No pude resistirlo más y grité.
-¡¿Pero y la maza de Carlo Magno?! ¡¿Y el martillo de Uranio?! ¡Me van a machacar ahí dentro!
Esperaba algún exabrupto de mi petreo acompañante, pero en lugar de eso dijo con una voz plácida y calmada.
-Están en tu interior. Son parte de tu mente -me miró y empezó a reirse-. El Martillo de Uránio es un recuerdo, y la maza de Carlo Magno un deseo. Has tardado mucho en preguntármelo ¿No me digas que te ibas a lanzar ahí dentro a lo loco? -Maldito pedrusco. Otra vez se estaba burlando de mi-.
Respiré un poco. Solo un poco más tranquilo. Me armé de valor y entré en el vortice.
No me esperaba lo que encontraría en el interior... era una playa tropical, de noche. Hermosa como no había visto nunca ninguna. Con un mar de aguas cristalinas y calmadas, y otro de estrellas brillantes sobre el cielo. Caminé por la blanca arena de la playa sin rumbo durante un rato, deleitándome de la belleza y el suave sonido del oleaje.

Entonces del agua, tímidamente empezaron a salir del agua unas extrañas criaturas. Eran como langostas de forma humanoide y del tamaño de un hobbit. Me empezaron a mirar desagradablemente. Los hombres cangrejo. Me cortaron el paso, se organizaron en una formación de combate cerrado, y empezaron a castañear las pinzas, como si fueran un coro flamenco. Al ritmo de castañuelas empezaron a marchar hacia mi. 
Yo estaba asustado pues había decenas de ellos. Pero recordé las palabras del Moai. El  Martillo de Uranio y la maza de Carlo Magno son parte de mi mente... Son parte de mi mente... Parte de mi mente... Parte de mi mente... Visualicé el recuerdo del Martillo de Uránio, y sentí su peso en la mano. Abrí los ojos y vi un gran martillo en mi mano izquierda. ¡Lo había conseguido! ¿Pero y la maza? Para derrotar a aquellas criaturas necesitaba otra cosa. Los hombres cangrejo estaban ya muy cerca. Yo trataba de pensar en la maza de Carlo Magno. Trataba de recordar o imaginarme como era... Pero no era capaz. Notaba ya como aquellas horribles criaturas estaban apunto de saltar sobre mi y despedazarme con sus pinzas. Y en el último segundo las miré con odio y frustración, y me imaginé como los aplastaría si tuviera una maza de pinchos con una cadena. Y eso mismo apareció en mi mano derecha.
Los hombres cangrejo se quedaron paralizados durante un momeno tan perplejos como yo. Pero entonces lancé un grito de guerra, y blandí aquél mangual contra las horribles criaturas. Describir la batalla sería un poco aburrido, ya que no conseguían acercarse a mi. Sus cabezas reventaban ante los impactos de mi maza, y pese a que no daban tregua los hombres cangrejos no resultaron un gran desfío una vez tuve conmigo la Maza de Carlo Magno. Tengo que admitir que tenían una gran valentía y no dejaron de atacarme hasta el último de ellos. Al final, hice una pila con todos los restos y con el equipo de supervivencia que llevaba en la mochila, encendí una gran pira funeraria, y quemé sus cadáveres, pues habían muerto honorablemente, cumpliendo con su misión. Cualquiera que fuese.
Continué caminando por la playa alejándome de la pira de los desdichados hombres cangrejo. Sabía que al cabo de unas horas sus cuerpos se consumirían y sus cenizas serían limpiadas por el mar.
Caminé y caminé, durante horas y horas, hasta que el cansancio y el sueño hicieron presa en mi. Era extraño. Pese a la extraña belleza del lugar, no sabía si me encontraba en una isla o un continente. Solo veía una densa floresta tierra adentro, el mar, y una playa infinita que se perdía en el horizone.
Cómo no amanecía por más tiempo que pasara. Me tumbé un rato en la arena para descansar y me quedé dormido. O eso creí. Porque pese a que mi cuerpo estaba en letargo mi mente estaba totalmente despierta. ¿Sería aquello un sueño astral? Debía serlo porque pese a que no recuerdo nada, dudo que cuando tenía memoria volase por el espacio cósmico. Y derrepente sabía porque estaba allí.
-¡Aliens Bandurrianos! ¡Salid de donde estéis! ¡Soy aquél que blande el Martillo de Uranio! ¡Venid aquí y cumplid con vuestro destino!
Poco a poco de la oscuridad, surgieron cinco bandurrias cósmicas a las cuales había atados sendos xenomorphos. Los cuales luchaban por intentar liberarse. Pobres, nada puede huír del influjo de una bandurria. Así que acabé con su sufrimiento uno por uno. Los aplasté con mi martillo de uranio y por fin, sus cuerpos astrales pudieron volver a sus cuerpos físicos.

 Dibujo de un alien bandurriano. Por un artista anónimo.

A mi lado se materializó el Moai, que me entregó la última de las bandurrias. La bandurria Rockera.
-Toca las notas de la victoria.
Tomé el instrumento con mis manos y pese a que no tenía pajolera idea de como se tocaba la bandurria empecé a rasgar las cuerdas. Curiosamente empezó a sonar una música espectacular. No hacía falta saber música para tocar esa marabillosa bandurria y las notas de la victoria resonaron en mis oidos. 
Entonces desperté de nuevo. Seguía en la playa. Pero ahora era distnito. Estaba amaneciendo. Empezando una hermosísisma mañana, y la playa infinita ya no estaba. Aquello parecía un paisaje mucho más real. Podían distinguirse montañas que sobresalían de la vegetación a lo lejos. Acantilados, y otros accidentes geográficos. Y a lo lejos lo que parecía una pequeña ciudad costera. Andé despacio y precabido, hasta que llegué entrada la tarde a las afueras de la ciudad, en el cual había un gran cartel en el que ponía.
Bienvenido a la Playa de Salamanca.
"Muy bien". Pensé. "Ya estoy aquí. ¿Y ahora qué?".




Un botellazo:
  1. Post sublime! Trascendente final!