Brancés, Aquolo y Baltasar errante

La vulnerabilidad de aquél mar en estado óseo me resultaba indiferente. Mecido por el vaivén de una barca hecha de retina de tuerto me dormí pensando en las tertulias de aquellos topos con gafas de lejos y pamelas doradas de bacon. Según cuenta el historiador que llevo en la fosa nasal, dormí durante 72 segundías y esto fue lo que soñé.

Doy vueltas alrededor de un dado de seis veces las caras de tres. O el dado es descomunalmente grande o yo he sido encogido por la magia del sueño, aun así los rascacielos que tengo alrededor son tan pequeños que podría usarlos como palillos de dientes. Si me quedara alguno, porque por algún extraño motivo soy una tortuga bicéfala con dieciseis tornillos como piernas. Corro como alma que lleva a una mujer a las rebajas. La velocidad que alcanzo es tal, que al girar en torno al dado comienzo a moverlo sin tan siquiera tocarlo. De repente, unos momentos de Ten-Shin-Han y el dado se para.
¡Un 6!
Comienzo a moverme seis casillas hacia delante. Adelanto al regaliz de piña bebé que está en la casilla número dos, llamada el calabozo de la tinta Re. Ha tenido que cantar una canción en Re, vomitando tinta para escribir la letra en la piel del anterior jugador que falló esa prueba, un tal Kurt Cobain. Sigo avanzando hasta llegar a la casilla marcada con el número 6. Tres de mis dieciséis corazones se encogen, dos se toman un respiro, otro muere directamente y los diez restantes se van de fiesta. La Casilla en la que he caído es Iker. Me para. No puedo seguir jugando.
Comienzo a llorar paté de oca y se me nubla la vista y el tacto. Alguien me limpia los ojos con un rastrillo bien oxidado y recupero poco a poco el olfato. Escucho a mi alrededor y saboreo la visión de un suave trozo de tela anaranjado. Estoy en una plaza con banderas. Banderas que portan gente, ondeandolas en el aire y gritando consignas políticas de futbol, que no logro entender. También me doy cuenta de que ya no soy una tortuga. Ahora soy un hidropie con catorce turbinas en cada uña. Navego sobre las banderas y rescato a todas las personas que estaban siendo ondeadas sin consentimiento mío y las llevo sin demora al lugar que me pareció mas seguro, la fábrica de embutido para caníbales. Pero algo me distrajo y rehusé a salvarles la vida. No podía creer lo que estaba viendo.
Un caballo. Un corcel alado, concretamente. Un corcel que reconocía perfectamente, pues me había llevado sobre su lomo en numerables ocasiones y al que perdí no hace tanto.
¡Emerincio! intenté gritar. Pero los hidropies no hablan. "Craso error por tu parte, Dios" pensé, luego maté a Darwin, que pasó por mi lado esbozando una cruel sonrisa, por si había tenido algo que ver.
Emerincio me miró. Sonrió y se dio la vuelta, como invitándome a que lo siguiera. Y así lo hice. Avanzamos sobre una tierra de color efe y al poco tiempo sentí bajo mi pie, una textura que conocía perfectamente. ¡Arena de playa!
Mis ojos buscaron a Emerincio y lo encontré junto a otro amigo al que no veía desde hace tiempo y al que tampoco echaba de menos. Tinta de Perro. Al ver mi cara de indiferencia, pude apreciar como una lágrima resbalaba por su hocico. Emerincio se acercó a mi con un espejo y me dijo.
-Ten cuidado. Debes darte prisa. Solo puedo mostrarte lo que quieres encontrar en este sueño. Pero hay alguien que va un paso por delante de ti.
Levanté el puño en alto enfurecido por comprender perfectamente lo que pasaba y un martillo envuelto en rayos aterrizó sobre el futuro cadaver de Emerincio. Cogí el espejo y me miré. No era un hidropie. Había vuelto a mi forma humana, pero no era yo. El espejo me devolvía la mirada, con una sonrisa malvada. El Hombre Muerte estaba en la Playa de Salamanca, en mi sueño, con mi corcel y el depresivo Tinta de Perro.

Entonces súbitamente desperté.

¿Sería aquel sueño una visión de un futuro imperfecto?
¿Habrán llegado el Hombre Muerte y el resto de nuestros enemigos a encontrar la Playa antes que nosotros?

Fdo. Hombre Vida.
0 botellazos: