Jirones de una vida y ositos de gominola: Comienza el viaje

Queridos compañeros de viaje, asombrado estoy al leer vuestras aventuras. Espero correr la misma suerte que vosotros.
De momento, ya he salido de viaje con mi pequeño mapa en busca de la playa. Creí que estaría un poco desengrasado y me costaría desenvolverme dado al largo tiempo que he estado recluido en mi guarida y posteriormente en mi descomunal palacete de 2m², sin embargo, por el momento la gente está siendo muy amable conmigo: hay señoritas que me han ofrecido pasar un buen rato, un señor se ha prestado a ayudarme con algunas de mis cosas y supongo que estará esperando en el albergue (insólito pues no llegué a decirle dónde me alojaría), numerosas personas a las que he preguntado si sabían algo de la ubicación de la playa coinciden en que ponga rumbo hacia Mérida (me parece que dijeron Mérida) luego tiene que estar forzosamente cerca de dicho enclave: jamás imaginé que sería tan fácil.
El mundo exterior es maravilloso pero también cruel, he visto extraordinarios paisajes en contraposición con la gran pobreza que azota a las gentes. De hecho, querría compartir con vosotros una historia que me ha llegado al corazón antes de proseguir mi viaje:
Resulta que, mientras me despeñaba colina abajo, sonó mi teléfono móvil. Creyendo haberlo dejado enterrado junto a mi pasado, lo tomé entre mis manos. Seguramente lo habría cogido sin darme cuenta, pero menos mal que lo hice ya que justo me estaba entrando un poco de hambre, así que exploré su interior hasta hallar algo con que abastecerme.
Recordé las siempre sabias palabras de mi madre como si se tratase de ella misma quien me estaba llamando para preguntarme dónde demonios estaba, ella siempre decía: "para hacer la codorniz al horno, debes embadurnarla de alquitrán durante cuarenta y tres años para que coja saborcito" –algún día, si es que vuelvo, me gustará probar finalmente ese plato– "y luego para la guarnición, usa tarjetas SIM, cebollita picada y pesticidas diversos".
Así que, mientras con una mano hacía una bufanda de punto y un par de calcetines para las noches frías y con otra desmontaba y montaba una lavadora sin que me sobrara ninguna pieza, con la mano restante saqué la tarjeta SIM del interior del móvil y agnóstico le di un bocado para probarla. Sin embargo, me percaté de que había un niño de ciento cincuenta kilos demacrado y escuálido que me miraba con tristeza, así que decidí compartirla con él y sus dieciocho hermanos. Después de aquello, me llevaron al lugar donde vivían y me contaron mil historias. Cuando les hablé de la Playa de Salamanca, me preguntaron extrañados qué era una playa, qué era Salamanca y parecían entusiasmados en saber qué era de. No podía creerlo.
Antes de abandonar su hogar, el mayor de los hermanos se dirigió a mí:
—Yo sí conocía las historias de la Playa de Salamanca. Me las contaba mi abuelo antes de morir asesinado cruelmente por un wombat rabioso. Fascinado mencionaba continuamente que en aquella playa nunca se pone el sol, sus aguas son puras y cristalinas y la brisa marina huele a atún con tomate. Quizá te sea de utilidad, viajero.

Con un puñetazo en el bazo, me despedí de él deseándole la mejor de las suertes y retomé mi camino.
Seguiré adelante y ya os contaré más. Mientras tanto, que la suerte esté de vuestro lado, buscadores de la playa.

Atentamente:
El Hombre Sin Nombre.
Un botellazo:
  1. Malditos Wombats, combati con ellos en Vietnam, le arrancaron la cabeza de un mordisco a mi amigo Mike. Y los muy cerdos encima ganaron la guerra, gracias a la opinion publica. Cuando voli a mi pais me escuian y me llamaban asesino. ¿Y ellos que? ¿es que ya se le ha olvidado la gente los campos de concentracion de koalas? ¿las camaras de gas de los kanguros? ¿O la persecucion de los ornitorrincos? Ja, asi se extingan.