El elefante maño que pensaba que podía saltar

...Y allí estaba él. Apoyado en la pared de su casa, una bonita caja de cerillas, fumando su tabaco de pipa preferido.
Era un rebelde, por eso mi mamá nunca quiso que fuéramos amigos: que si tenía unos detalles muy feos, que si aplastó a la abuela, que si se comió a Antonio el frutero… Pero eso no hizo más que despertar en mí mayor curiosidad por conocerlo. Todo en él era fascinante ante mis prepúberes ojos.
Vestía siempre una lujosa y harapienta falda escocesa de cuadros azules y rojos a juego con sus colmillos de nácar.
Con el Tiempo, mi otro amigo de toda la vida, nos acercamos a él y compartimos historias, cromos, saliva, pastillas de éxtasis y Madelmans, amén de otras cosas que no tienen cabida.
De pronto ya no era aquel niño que iba a pescar con su tío los domingos, o aquel niño que iba siempre bajo las faldas de su madre a las prácticas de tiro con lanzallamas. Había crecido y ya no me apetecía hacer nada de todo aquello.
Los tres éramos inseparables, hasta que mi amigo de la infancia fue absorbido por una turbina de un reactor.
Cubiertos en vísceras y bañados con la sangra de nuestro amigo Tiempo, decidimos alegremente ir a quemar mandriles y ratas para comparar la velocidad de combustión de ambos.
Era perfecto. Sin embargo, todo se estropeó el día hice una pregunta al elefante:
—¿Jugamos a saltar a la comba?
El elefante maño no sabía qué era una comba, desconocía la acción de saltar y nunca en su elefantástica vida había jugado.
—¡Sí! —respondió con euforia tras haber aspirado con su trompa una tonelada de un polvo blanco que se le cayó a un ejecutivo del maletín, cuando caminaba a toda prisa.
Entonces lo intentó una y mil veces sin éxito. Empecinado en conseguirlo, estuvo toda la noche golpeando su cara contra una cuerda que no podía saltar.
Me quedé dormido mientras él seguía y seguía, hasta que, a la mañana siguiente, descubrí que no estaba y jamás sospeché que nunca volvería a verlo.
Pasaron los años, me casé y tuve tres hijos. No volví a pensar en él, ni siquiera recordaba su nombre o su acento de Teruel.
Hasta que un buen día, recibí un email de elefantemanio@laplayadesalamanca.com. En él había un enlace a YouTube, en el que pude ver al elefante maño saltando a la comba en una hermosa playa...


Fdo. Hombre Paté de Pato
2 botellazos:
  1. Si en la Playa de Salamanca, todo es posible, ¿por qué le sucedió aquello al Hombre de Salamanca?
    Es más, después de buscarla sin cesar, ¿por qué no hemos llegado a pisarla y ellos sí? ¡Maldita ironía!
    Hombre Sin Nombre desde su cautiverio.


  2. Hombre Vida Says:

    Increible la historia del elefante maño, una verdadera historia de superación de obstáculos. Puede que solo aqueglios que no buscan la Playa de Salamanca son los que la encuentran.