El Templo de los mil monos. Segunda parte

En la anterior aventura conseguí llegar al templo de los mil monos, acompañado del miserable Chico sin Chanclas. En la entrada el sacerdote del templo me hizo dejar las armas y desnudarme hasta la cintura, para poder realizar las peligrosas pruebas, pero la más dura de todas era que tendría que hacerla junto con mi asqueroso acompañante, que también estaba a pecho descubierto.

Penetré en el templo el cual estaba en la penumbra y me encontré con mi primera prueba, la cual consistía en descifrar unos jeroglíficos, que estaban en la pared, y ponerlos en el orden correcto, los cuales reproduzco en la parte de abajo.
-¡Pedruscos parduscos, Hombre sin toal…!- No llegó a terminar la frase porque mi puño se incrustó en su cara, para que dejase de tocarme los genitales. Y cayó al suelo desparramando su grasa corporal y haciendo que trepidaran las paredes del templo, las grietas del techo se hicieran más grandes, y unos pequeños desprendimientos de polvo cayeran del techo. Miré un momento el cuerpo inconsciente de aquel parásito, y me dije que no debería haber hecho eso porque ahora tendría que desinfectar mi mano.
Mientras impregnaba mi mano mancillada en alcohol, me dispuse a descifrar los jeroglíficos. El alcohol no me parecía suficiente antiséptico, así que me la limpié directamente con lejía, y después me la sequé con lija del siete. Y aun así… el mero hecho de haber tocado a aquella cosa… llegué incluso a pensar si debería cortarme la mano. Pero deseché la idea. Tenía un problema más acuciante, transportar al Chico sin Chanclas, pensé que tendría que ser a patadas, lo malo es que después tendría que tirar mis botas con puntera de titanio. Y me saldría muy caro.
En fin pasé del Chico sin Chanclas y me dispuse a descifrar los jeroglíficos, y a ponerlos en el orden correcto. Lo cual no me resulto demasiado complicado y dejo una foto de la secuencia correcta. Al terminar una gran puerta de bronce se abrió.
Agarré un bonito palo, y empujé el cuerpo inerte del Chico sin Chanclas cual gigante, blandengue y peludo disco de Hockey.

Continué por un oscuro pasillo, hasta que llegué al claustro interior del templo donde me esperaba un enturbatado contrincante sentado con las piernas cruzadas y levitando.
El enturbatado contrincante me miró con ojos despectivos y de esta manera me habló:

“Vaya, Vaya, Vaya…
Te estaba esperando.
Hombre sin toalla.
Y te estarás preguntando

“¿Quién es este ser
Que a mí osa dirigirse?”
Pues has de saber
Que más bien harías en irte.

“¿Y por qué?” pensarás
Asdrúbal, es mi nombre
Y contra mi combatirás
Si es que eres hombre.

Mano a mano y rima a rima
Lucharemos hasta la fatiga
Pues yo soy el más perverso,
De los luchadores del verso.”

Posiblemente aquel era el más digno adversario al que jamás me había enfrentado en un duelo. Estaba ansioso por empezar el combate. Así que mientras me quitaba la mochila, le contesté.

“Encantado acepto este gran desafío.
Pero antes de empezar quiero,
Que sepas que mi corazón esta vacío.
De odio hacia ti, hermano guerrero.”

“De acuerdo, lucharemos como caballeros
Pero por favor, no seas tan relamido.”

Madre mía, no iba a dejarme pasar ni una, Este sería el combate más épico en el que me iba a enzarzar jamás. Me puse en guardia, y lancé mi ataque, lanzando golpes rápidos, con mis puños para tantear a mi adversario el cual se quitaba y paraba, y volvía a golpear devolviéndome el tanteo pues, prudente, no me subestimaba en absoluto.

“No te niego habilidad,
Mi noble contrincante,
¡¡Mas es mi responsabilidad
Acabar derrotándote!!”

Recité esto último lanzando dos patadas giratorias, y la segunda se incrustó en su estómago. Sin embargo Asdrúbal aguantó el dolor y contraatacó con furia, lanzando una lluvia de golpes.

“No lo conseguirás,
Soy tu peor pesadilla.
Y ahora me dirás
A qué sabe mi rodilla.”

Y en efecto, cuando estaba muy cerca de mí y me estaba protegiendo de golpes altos, agarró mi cabeza y saltó incrustándome la rodilla en la boca, y sentí como mi labio superior se partía. Me separé de él rápidamanete dolorido y conmocionado por el brutal golpe. Agité la cabeza unos segundos para que mi cerebro volviera a su sitio. Y miré a Asdrúbal se reía arrogantemente, acercándose a mí, para darme el golpe de gracia. Pero había cometido un craso error, una vez había probado el sabor de la sangre, aunque fuera la mía, quería más. Y sorpresivamente le embestí, hice que perdiera el equilibrio con la potencia de mi ataque y lo tiré al suelo. Una vez ahí me alce a horcajadas sobre él y empecé a aporrearle la cabeza con mis puños cerrados, y en mi frenesí destructivo, felizmente feroz le lancé:

“¡¡Debo darte la enhorabuena,
Has estado a punto de abatirme!!
¡Aunque tengas fuerza de nena,
Luchas bien y podrías destruirme!

Y créeme que no te miento
Que tu cara machacando
No había disfrutado tanto
Desde hacía mucho tiempo.

Mas al final tendrás que admitir
Que soy mas buen peleador
Y nunca más te podrás reír,
Si en un combate te ves ganador,
Napoleón lo sabía al decir
¡¡Que el que ríe el último ríe mejor!!”

Sin embargo Asdrúbal consiguió zafarse y hacerme una llave que me lanzó unos metros. Ambos rodamos por el suelo, alejándonos el uno del otro, hasta que nos pusimos de pie. Y volvimos a ponernos en guardia.
Esta vez atacamos los dos a la vez, y los golpes, las esquivas y las paradas nos salían solos, como en una mortal coreografía en el que el primero que se agotase, se despistase, o cometiera un error de entonación, moriría sin remedio. En medio de la violenta vorágine nos increpábamos:

“Tu furor es inútil
Lo veo tus ojos cansados…”

“…puede ser así,
Mas los míos no están morados.”

“Sabandija infame
No eres más que un miserable…”

“¿se agotan tus ideas?
¡¡Estás acabado y lo sabes!!
Mil hombres mejores que tú
Ya había derrotado antes…”

“¡Rimas como un avestruz!
¡Seré yo al que al infierno te mande!”

“¡¡Maldito bastardo!!
¡¡No me rompas la métrica!!”

“¡JA, JA! ¡Ya no eres tan gallardo!
¡¡Todo vale en el amor y en la guerra!!
¡¡Acabaré contigo, y me besarás el nardo!!
¡El verso libre era mi arma secreta!

“¡¡¡TÚUU, ASQUEROSO BELLACO!!!”
¡¡Has conseguido enfurecerme!!
¡Con tus tretas de macaco!
¡¡Y tu poesía incompetente!!

¡No eres un poeta rapsoda,
si no un bohemio repugnante!
¡Y yo que un digno adversario, te supuse!
¡Morirás en esta pagoda!
¡¡Tú, un petimetre petulante!!
¡Que a la altura de un guerrero, sobrepuse!


“¡¡Nunca jamás podrás conmigo!!
¡¡No ganarás esta disputa!!
¡¡Pues no puedo ser vencido,
Por un grandísimo hijo de …!!”

-¡Ánimo Hombre sin toalla!- Me interrumpió el Chico sin Chanclas, que se había recuperado. Por suerte mi contrincante también perdió toda concentración en el combate, por la impertinente iteración de mi vergonzoso adlátere.- ¡Yo te ayudaré!
-¡¡NOO, ES MÍO!!- Grité desesperado.
Pero era demasiado tarde, el Chico sin Chanclas, se alzó sacando tetas, cogió aire, y antes de que pudiera articular palabra, me taponé los oídos con las manos. He hice fuerza y me acurruqué en el suelo, para poder insonorizarme por completo. Miré a Asdrúbal el cual comprendió demasiado tarde mi actitud. Y pudo oír la espantosa voz chillona, del Chico sin Chanclas recitando a saber qué monstruosidad se le iba viniendo a la boca desde las más oscuros y e infectos rincones de su mente enferma. El pobre Asdrúbal mantuvo la guardia unos segundos antes de caer de rodillas y volverse de color violeta, naranja, marrón, hasta que pasó a un malsano color amarillo bilioso. A cuatro patas aún tuvo fuerzas de alzar la vista y vi su rostro congestionado, por el dolor, la pena y el asco, parecía que gritaba pidiendo clemencia, implorando piedad. Así mismo miré al Chico sin Chanclas el cual seguía en su erguida y hierática pose moviendo la boca arriba y abajo a un ritmo monótono.
Volví a mirar a Asdrúbal el cual estaba revolcándose en el suelo, y destrozándose las ropas con las manos. Y cuando se vio desnudo, con las uñas empezó a arañarse el rostro, el pecho, el vientre y los hombros. Echaba espumarajos por la boca, lloraba, le salía sangre en lugar de lágrimas, y también sangraba por la nariz y por las orejas. Me di cuenta de que también se había orinado encima, pero justo después empezó a vomitar sangre a borbotones. Cuando ya en su interior no quedarían fluidos que expulsar, y escupía los últimos chorros de sangre mezclado con bilis y ácido gástrico, se puso de nuevo a cuatro patas y empezó a golpearse el cráneo contra el suelo, una vez… y otra… y otra… y otra… hasta que a la cuarta no volvió a alzarse.
Asdrúbal el Perverso del Verso, murió bañado en su propia sangre y vómito.
Cuando terminó la dantesca escena, miré al Chico sin Chanclas el cual estaba terminado de recitar y me destaponé los oídos cuando creí que el Chico sin Chanclas había acabado, pero solo había parado para tomar aire.
-…Cosa…- Dijo el Chico sin Chanclas.
-¡¡BASTA!!- Grité antes de escuchar otra palabra.
-Creo que lo he derrotado Hombre sin Toalla. Como a mi profesora y mis compañeros en clase de lengua.
-¿También tuvieron una muerte tan espantosa como esta?-Le pregunté alarmado.
-¡Noooo, mucho mejor ellos se tiraron por una ventana!- Lo dijo con despreocupada alegría como si me estuviera contando la primera vez que acababa un sudoku con éxito.
-Aléjate de mí, Satanás…- Grité aterrorizado.- ¡¡¡Largo, fuera, fuera, No quiero verte!!!
-Pero… pero… me diste tu palabra, Hombre sin Toalla.- Dijo lloriqueando.- El Hombre sin Toalla siempre cumple lo que promete, me prometiste que sería tu ayudante.
-El Hombre sin Toalla, a veces también comete errores. Como prometerle a un tarado psicópata que mata a la gente recitando poesías como tú que sea su ayudante. ¡¡ES UNA PROMESA QUE NO PUEDO CUMPLIR!! ¡¡PORQUE CUANDO LA HICE NO SABÍA QUE ME PODRÍA COSTAR LA VIDA!!
Yo jadeaba aterrorizado, y volví a colgar la mochila en mi espalda. El Chico sin Chanclas lloriqueaba a mi espalda pero entonces ocurrió algo que no me esperaba.
-Pues….- Su voz cambió de repente.- Pues… si no puedo ser tu ayudante… Me convertiré en tu peor enemigo… Lo oyes ¡Hombre sin Toalla! ¡Seré tu Nessy!
-Némesis, gilipollas.- Dije en voz baja, dándole la espalda e internándome en uno de los pasadizos. Pero no le di mayor importancia a los gritos que me echaba desde el claustro donde me había enfrentado al difunto Asdrúbal. Sabía que mi nuevo enemigo no iba a darse por vencido, pero que tampoco se atrevería a atacarme de frente pues sería una muerte segura para él. Y yo confiaba en que se perdiera por la siguiente prueba. En los archivos de S.U.R.M.A.N.O´Braian, decía que después del claustro exterior vendría un enrevesado laberinto, sin embargo el truco era ir siempre en línea recta en la oscuridad, y conseguí salir de allí fácilmente.
Aunque me sentía aliviado por haberme deshecho del Chico sin Chanclas me daba asco a mí mismo por haber roto una promesa. Y el Hombre sin Toalla jamás incumple sus promesas. Me sentía sucio.
Pero entonces entre en una enorme estancia con una gran mesa en el centro donde había todo tipo de viandas. A su alrededor se encontraban tumbadas en sendos almohadones, las que imaginé que eran las servidoras devotas de la princesa Laksmy Abramaputra. Estas doncellas, nada más entrar y ver mi aspecto ruinoso, no sintieron sino compasión por mi triste persona. La que parecía la jefa, se acercó a mí.
-Hombre sin Toalla.-Me dijo.- No estás en condiciones de superar la prueba de esta estancia. ¿Tan duro fue tu combate contra Asdrúbal?
-Fue duro dulce doncella. Pero no es eso lo que me atormenta si no que me he deshecho del Chico sin Chanclas. He incumplido mi promesa.- Y en ese momento relaté la terrible muerte del “Perverso del Verso”.- Me siento indigno e innoble.
Pero en vez de una respuesta hostil por parte de aquellas bellas doncellas plebeyas. Se acercaron a mí y empezaron a agasajarme y consolarme con mimos, caricias, y dulces palabras.
-Tu honor no se ha visto mancillado Hombre sin Toalla.- Me dijo una preciosa servidora pelirroja, mientras me masajeaba las sienes.
-Es cierto una promesa, solo es válida si exige un sacrificio noble. La prueba que te esperaba en esta sala, era precisamente derrotar a tu orgullo, eligiendo entre tu ego, perseverando en la promesa que le hiciste al Chico sin Chanclas, o por el contrario, defendernos de su mente enferma.
-¿Cómo pudo la princesa planear algo así?- Pregunté sorprendido.
-La princesa improvisa.- Me respondió la jefa.- Como te has deshecho del Chico sin Chanclas, damos esta prueba por superada. Ahora descansa y come algo mientras ves nuestros bailes eróticos y te agasajamos sexualmente. Aún te queda una terrible prueba que superar y debes recuperar fuerzas
Estuve una media hora descansando viendo como bailaban y se enrollaban entre ellas, mientras la jefa me daba un masajeaba la espalda sentada a horcajadas sobre mi cadera totalmente desnuda.
Entonces cuando me vi plenamente recuperado continué mi camino, hasta que llegué a la sala de los Mil Monos.
No me puse a contarlos uno por uno, pero sí, había una gran cantidad de primates en la enorme sala abovedada, yo sabía que tenía que pasar sin que los monos se enfureciesen y me comieran. Al final de la sala había una gran caja de madera, donde supuse que estaría mi toalla. La estancia estaba llena de estatuas de dioses de cuatro a seis brazos armados con todo tipo de armas exóticas e iluminada por lámparas de aceite.
Pasar entre los monos no me pareció en un principio demasiado complicado, los monos parecían muy inofensivos, y amistosos pues estaban comiendo frutas, desparasitándose unos a otros, y haciendo cosas de monos. En fin no reparaban en mí salvo para ofrecerme un plátano, o para quitarme algún bicho de encima y comérselo. En el centro de la sala había un gran foso circular con agua, supuse que por ahí pasaría un arroyo subterráneo. Pero el olor y el sonido más denso me delataron que el líquido del foso no era otra cosa que petróleo.
Seguí caminado hasta estar cerca del altar donde se encontraba la enorme caja cuando de repente vi aparecer de la puerta de donde yo había entrado la espantosa figura del Chico sin Chanclas.
-¡Tú Hombre sin Toalla Traidor!- Dijo gritando. si había algo que enfurece a los monos, eran los gritos de los gordos sebosos peludos y con gafas.- ¡Ahora morirás aquí, atacadle monos!
Y los monos enfurecidos atacaron, pero al Chico sin Chanclas que fue engullido por una turba de monos furiosos. La turba se hizo una bola de monos que fue rodando por la estancia cayendo al foso. Hasta el último de los macacos, cayó junto al Chico sin Chanclas para devorarlo. Yo corrí hasta el foso. Y grité:
-¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! Pobrecitos monos…
Y desde la altura vi como los pobres monos morían entre convulsiones y espumarajos y gritos de agonía.
Yo me repuse y continué mi camino por la vacía sala hasta que me encontré la enorme caja de madera, un arcón donde había una palabra escrita, Toalla. Sin embargo algo raro había allí no tenía ni tapadera ni forma alguna de abrirla.
-Felicidades Hombre sin Toalla. Has llegado al final del camino.- Me di la vuelta y vi a la hermosa princesa Laksmy Abramaputra de Granbanglaput.- Has encontrado tu toalla, pero ahora tienes que enfrentarte a tu última prueba, conseguirla.
- Sería sencillo, solo tendría que romper la caja, y…
-Así no lo conseguirás. Si lo haces la caja estará totalmente vacía y perderás tu toalla para siempre. Debes encontrar otra solución, te doy una pista, para saber cómo se abre esta caja solo tienes que hacer lo que sueles hacer cuando no sabes algo.
¿¿Cómo?? Miré la caja por todas partes pero no veía nada que pudiera valerme para abrirla… Después de todo lo que había pasado hasta ahora, era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera coger un enorme pedrusco y aplastar la caja y conseguir mi toalla de una vez por todas. Estaba tan cerca… al alcance de mi mano, pero no podía obtenerla. ¿Cómo demonios se abriría la maldita caja? Mi frustración y mi tristeza iban en aumento.
Cuando de repente del foso surgió una gigantesca forma antropoide, era como un enorme mono gigante, embadurnado en petróleo, el cual agarró a la princesa con una mano y a mí con la otra.
-¡¡WAJAJAJAJAJAJAJAJAA!!… ¡¡YO SOY MIL MONOS!!-Gritó el enorme simio. Estaba claro que el corrupto espíritu del Chico sin Chanclas había obtenido el poder de fusión de los cadáveres descompuestos de los mil monos sagrados que habían comido su carne.- Ahora dominaré el mundo, y me tiraré a la princesa Abramaputra, Pero antes te quitaré lo que más quieres en este mundo, como tu me arrebataste lo que mas quería yo que era ser tu ayudante… ¡¡Muere ahora Hombre sin Toalla!!
Y me arrojó fuertemente contra la caja, para que con el impacto fuera totalmente destruida.
“Mierda, Mierda” Todo era por mi culpa. Ni siquiera llegué a sentir el impacto, cuando me lanzó perdí el conocimiento.
Todo era oscuridad a mi alrededor estaba cayendo o mejor dicho flotando. La pena y el dolor atenazaban mi corazón. Todo era por mi culpa, yo había llevado al Chico sin Chanclas a aquel lugar sagrado y se había convertido en un demonio mono, que conquistaría el mundo y violaría la princesa Abramaputra.
Pero supuse que para mí ya todo estaba perdido, porque pensé que estaba muerto. La oscuridad era muy densa, sin embargo me di cuenta de que estaba de pie. Era muy extraño pese a la oscuridad podía ver perfectamente mi cuerpo, como si estuviese a la luz del día. A lo lejos divisé una figura. Me acerqué y vi que era un hombre joven que lloraba.
-Todo ha sido por mi culpa…- Decía entre balbuceos.- Por mi culpa… por mi culpa… No soy más que un inútil… No soy más que un desgraciado, no soy capaz de salvar a nadie y nunca encontraré mi toalla, porque no sirvo para nada… soy un perdedor.
Entonces se dio la vuelta y me vi a mi mismo. Pero no era yo…
-Lo ves… nada ha salido bien… no somos más que unos fracasados… perdimos nuestra toalla, por que no éramos dignos de tenerla a nuestro lado… No valemos para nada, todo lo que hemos hecho, todo lo que hemos luchado… todo lo que hemos…
Su tristeza me contagió, aunque intenté resistirme. Pero era cierto todo estaba perdido. En lo único que era capaz de pensar era en lo cerca que había estado de conseguir mi toalla. Y en lo estúpido que había sido al no haber conseguido abrir la caja. Pero aunque estaba muerto no era capaz de dejar de sentir la sensación de sufrimiento. Porque ya estaba muerto…
“No le escuches” Oí una voz en mi interior.
-Todo está perdido. Soy un miserable…- continuaba.
“No le escuches… Es mentira”
“¿Es mentira que todo está pedido?” Respondí.
“No, lo que es mentira es que haya sido por tu culpa…Si algo no sale bien, muchas veces no es por nuestra culpa… perder no nos hace ser perdedores”
“¿Quién eres?”
“Más bien quién he sido, y al igual que él también he sido tú, Hombre sin Toalla, pero más inocente…”
Y al lado del que lloraba apareció otra imagen mía, pero más joven, y de expresión infantil. El que estaba a su lado se dio la vuelta.
“Es cierto… Has luchado duro y has perdido, pero has luchado, con honor”
“Pero he perdido…” respondí atenazado por la lástima. “¿Quién eres?”
“Más bien quién he sido. He sido tú, pero más idealista…” Dijo materializándose una imagen mía con expresión soñadora.
“Tiene razón…” Dijo otra voz “Has luchado, como siempre has querido, has cumplido con tu obligación y has demostrado lo duro que eres, como los héroes a los que admiras…”
“Los héroes triunfan sobre sus enemigos” contesté amargado… “¿Quién eres?”
“Más bien quién he sido, he sido tú, pero mucho más duro…” Dijo materializándose otra imagen mía, con expresión arrogante.
“No es tu culpa no poder resolver un prueba excesivamente difícil” Dijo por fin una voz que sí conocía. “No es tu culpa fracasar en lo que desconoces…” “No es tu culpa ser derrotado por lo que te supera…”
“Hombre Dinosaurio”- Dije emocionado.
“Soy el Hombre Dinosaurio, que ha sido tú, antes de que perdieras los que más importante en tu vida…”
“Mi toalla…” Dijo mi triste doble y echose a llorar.
“No… algo más importante, mi dignidad…” Contesté. El Hombre Dinosaurio, se materializó ante mí sonriendo como solo puede hacerlo un dinosaurio. Y a su lado fueron tomando su auténtica forma el Hombre Comedor de Serpientes, El Hombre Templario, el Hombre de los Bosques Silvestres y por último el Hombre de la Depresión Imperecedera.
-La Toalla…-Dijo este último…- No puedo vivir sin mi toalla… NO PUEDO… pero la he perdido para siempre.
-¿Por qué?- pregunté.- Buscando mi toalla, he perdido mi dignidad… he perdido mi amor propio… y he acabado como tú…
-Pero sin mi toalla… ¡No tienes toalla! ¡Todos se reirán de ti al secarte con bayetas Vileda!
-Si no tengo toalla no es porque no haya querido…No hay nada de lo que avergonzarse, simplemente he tenido mala suerte. Me la arrebataron, no es culpa mía. ¿No te das cuenta? ¿Qué es más importante? ¿Tu toalla o tu dignidad?
-Pero… la gente se…
-La mala gente. ¿Por qué habría de escucharles?
-Pero… no la tengo… y la quiero…
-¿Y a ti? ¿Te quieres…?
-No… no me quiero… porque no tengo mi toalla.
-Pues yo sí me quiero a mí y me da igual no tenerla ni a ella ni a ninguna. Tengo mi dignidad. No es culpa mía nada de esto, ¿Lo oyes? no es culpa mía. Ni tuya, ¿no te das cuenta?
-¿No es culpa mía? Pero si yo soy un…
-No…- Le dije al Hombre de la Depresión Imperecedera agarrándole de los brazos.- No importa lo que seas, no importa cómo seas, solo importa cómo te veas tú, y las decisiones que te afecten solo a ti mismo. Sé que estás sufriendo, pero no sufres porque no tienes toalla sino porque no tienes dignidad… Recupérala.
-¿Recuperaré mi toalla si la recupero?
-No lo sé… pero una cosa es segura, dejarás de sufrir.
Algo cambió en los ojos del Hombre de la Depresión Imperecedera y se vio un brillo de esperanza. Me dio un abrazó y dejó de llorar.
Desperté con el impacto y el sonido de la madera rompiéndose en mil pedazos. Me incorporé aturdido, seguía en la sala de los mil monos y vi a Mil Monos como le arrancaba la ropa a la princesa. Necesitaba un arma con la que encargarme de aquel engendro. Y vi que había una gran estatua de un dios mono de seis brazos con sendas cimitarras. Agarré una y me lancé contra Mil Monos y de un tajo le corté el rabo.
-¡¡Maldito!!- Gritó dándose la vuelta sin soltar a la Princesa.
-Tengo que admitirlo Chico sin Chanclas. Estás mucho más guapo ahora.
-¡¡TE VOY A MATAR!!- Gritó lanzándose a por mí con la boca abierta.
Craso error porque le lancé la cimitarra con las dos manos a sus fauces y se le clavó en el interior de la garganta. Mientras tosía y se atragantaba con su sangre corrupta soltó a la princesa y se llevó las manos al cuello. Corrí a por la princesa, y me la llevé a uno de los rincones.
Mientras mil monos se debatía luchando contra la cimitarra que tenía calvada en la tráquea cual espina de pescado. Yo me fijé en que había grandes tinas de aceite en una de las paredes del templo. Lo sé porque lo ponía bien claro en una etiqueta que en perfecto sánscrito decía Prin-gáh, que se traduce por aceite, le pegue una patada a las dos tinas que fueron desparramando su contenido hasta llegar a las patas de Mil Monos donde se vaciaron por completo.
Entonces cogí de mi mochila de aventura mis cerillas impermeables y encendí una. Cuando mil monos me miró, aún debatiéndose por la maldita cimitarra y vio como yo sostenía la cerilla encendida en mi mano. Lo miré y le dije:
-Mono malo…
Solté la cerilla en el reguero de aceite que prendió rápidamente, llegando hasta las patas del malvado simio, que quedó envuelto en llamas entre espantosos gritos. Cayó hacia el foso, Del que salió una enorme llamarada. Cogí a la Princesa entre mis brazos, eché a correr, por un pasadizo.
El templo empezaba a derrumbarse por momento y enormes trozos de piedra caían de loas paredes y del techo hasta que por fin vi una luz al final del pasadizo. Me ardían los pulmones y la princesa se me hacía más y más pesada, pero en el último momento lo logré y conseguí salir del pasadizo justo antes de ser sepultados por el techo que se vino a bajo.
Nos encontrábamos en medio de la selva, en un claro. Yo estaba destrozado, medio desnudo y apestando a sudor y petróleo y la princesa estaba agotada también y desnuda entre mis brazos. Jadeando me dijo.
-Hombre sin Toalla… lo siento mucho… yo… me da mucha pena que no hayas podido superar la última prueba
-No importa… además creo que se cómo se abría la caja.
-¿sí?
-¿Qué es lo que se hace cuando no se sabe algo…? Tan solo tenía que preguntarte como se abría ¿verdad?
La princesa sonrió y me besó.
Una semana más tarde me encontraba dispuesto y recuperado para partir en busca de la playa de Salamanca donde quizá estuviera mi Toalla. La princesa fue muy buena y cariñosa conmigo. Y me devolvió mis armas, me dio nuevo equipo y unos deliciosos bocadillos de sándwich de Tuatara, que tienen una pinta deliciosa y ahora mismo me voy a comer uno mientras sobrevuelo el pacífico en su Jet privado camino de Australia.
Un saludo a todos buscadores.
2 botellazos:
  1. Ante todo pediros disculpas por esta larguísima entrada. Pero es que no podía ser de otra manera lo siento. Si no no hubiera terminado en la vida. Espero que por lo menos os guste.


  2. ¡Maldición! ¡Me hierve la sangre cuando descubro que han hecho daño a un mono!