El Caso de la Playa de Salamanca

Hombre sin Gabardina, detective privado. 31 de febrero, ocho del mediodía.

Me había extendido un cheque sin fondos, pero no me di cuenta hasta dos días más tarde. Esos mafiosos manchegos se las saben todas, y me pagaron un viernes por la tarde. De modo que esto que les voy a contar sucedió entre ese momento y el lunes por la mañana cuando, en la oficina del Monte de Impiedad, me informaron de que me habían timado como a un turista borracho.

Antes, debería presentarme. Pero la gente que me conoce -nadie- sabe que nunca hago lo que debo. Sólo diré que soy un ex policía, quemado en la secreta por tenencia, extorsión y líos de faldas. Sí, también plagio a Joaquín Sabina en mis relatos. Tengo un pequeño despacho en la periferia de la ciudad, al que nunca viene nadie. Ni siquiera yo. Es más, el despacho no existe, sólo es un cuarto de escobas en cuya puerta hay una placa con mi nombre. Pero, ¿qué es un detective privado sin despacho? Hay que guardar las formas.
Mi vida transcurre, o transcurría hasta hace tres días, tranquila entre el bar y el cuarto que tengo alquilado a la señora Chonda, la cual me trata como a un hijo -bastardo-. Ah, mi buena Estoica, me hace la cena a veces y todo. Y casi nunca la envenena ya... A veces tengo trabajo, lo cual me permite seguir pagando el alquiler y el whisky en el cual baso mi pirámide alimenticia. La gente que acude a mi me trae los típicos casos. Casos de abuelas perdidas, rebuscar en la basura de los famosos, temas de cuernos, y también temas de pezuñas. Ya saben, lo normal.

Acababa de terminar con el caso Hoy Me Siento; me habían encargado averiguar dónde compra las compresas la Infanta Elena, y tras meses de investigar en desechos de lavabos públicos y contenedores de barrios pijos descubrí una verdad aterradora. No, su sangre no es azul, si es eso lo que os estáis preguntando. La verdad aterradora es otra, pero no puedo contarla. Tal vez lo haga un día que vaya muy ciego de escocés. De hecho, ahora que lo pienso, puede que anoche se lo soltara al señor Camelas, camarero y propietario del bar Benito, el cual frecuento más que la ducha. Pero estoy divagando.
Me di cuenta de que un sedán negro me seguía de camino a casa. Un sedán, para los que no lo sepan, es el nombre que los escritores de medio pelo utilizan para "coche" para darle un poco de chicha a su historia, pero que si sus vidas dependieran de distinguir uno de una ristra de morcillas, la novela negra estaría más acabada que la carrera de Bigote Arrocet.
Dicho sedán estaba conducido por un tipo de aspecto perruno, y en la parte de atrás había una sombría figura. Me decidí a parar, y enfrentarme a ellos. Era demasiado sospechoso que un coche no se desplazara a una velocidad mayor que el caminar de un hombre ligeramente borracho, y que incluso le esperara en los semáforos. No olviden que me gano la vida descubriendo este tipo de cosas. Me acerqué al vehículo. Podía ver la cánida cara del chófer. Sus largas orejas parecían pelo de su cabeza a ambos lados de su cara, y su negra nariz brillaba a la luz de las farolas y el pilotito de luces de emergencia del coche.
Fui directo a la ventanilla de atrás. Esta se abrió un palmo, y vi el rostro recortado por la penumbra de un hombre viejo y feo con gafas de sol.
-Suba al coche.
Me dispuse a abrir la puerta. Estaba cerrada.
-No se abre, oiga.
-Dog, abre el seguro de la puerta -un corto silencio-. Abra ahora.
Volví a tirar de la maneta. Seguía bloqueada.
-Esto no va, eh...
-Dog, cojones, ¿qué haces que no abres? ¿Que está estropeado? Mierda de coches coreanos -me miró-. Ya le abro yo.
Espere que se desplazara hasta la puerta donde yo estaba, pues estaba sentado al otro lado del espacioso coche. Lo veia intentar accionar la palanca de apertura.
-No se abre... Dog, me cago en tu vida, ¿qué coño le pasa al coche?
El chófer gruñó algo en voz baja.
-¿El bloqueo de niños? ¿Por que hostias tiene bloqueo de niños el coche de un mafioso?
Dog gimió algo, con tono de disculpa.
-Y, ¿quién coño le manda a mi mujer coger el coche para llevar a la niña al psiquiatra?
Me miró de nuevo, como acordándose de que seguía allí oyendo la conversación.
-Oiga, ¿podría entrar por la puerta delantera?
-Claro, faltaría más.
Entré por la puerta del copiloto, que funcionaba mucho mejor. Con cierta dificultad me pasé a la parte de atrás; el conductor me ladró cuando pisé la tapicería recién limpiada.
-Bien, caballero. O debería llamarlo...
-No, en realidad no debería. Caballero me gusta. ¿Qué desea?
-Verá soy el capo de la familia Botieso...
-Don Jonah, ¿arracamos? -decía el chófer con la lengua fuera, jadeando, quizás por la calefacción a una temperatura inusualmente alta.
-Sí, Dog. Acompañemos a su casa a este hombre mientras le explico. Verá usted -me dijo, volviéndose hacia mi, sin quitarse las gafas-, mi familia se dedica a múltiples negocios, pero últimamente estamos pensando en el tema inmobiliario. ¿Sace usted algo de casas?
-Oh, sí, son esas construcciones que los humanos utilizamos como refugio o picadero...
-Exacto. Y en estos últimos años el negocio inmobiliario ha sido un mercado inestable. No se si ha oído eso de la burbuja inmobiliaria...
-Señor Botieso, puede usted decir que soy su fan número uno -mentí-. Tengo la discografía entera de Burbuja Inmobiliaria.
Me miró extrañado, silencioso; al cabo, prosiguió:
-En resumen, que todo el mundo cree que el negocio de construir casa acabó. Pero no tienen ni idea. De hecho, el negocio de las urbanizaciones de super lujo para ex concejales de Urbanismo es una mina de oro, oiga. Eso sí, han de emplazarse en zonas alejadas de las grandes cuidades, en lugares de difícil acceso, sitios vírgenes, desconocidos, ¿me sigue?
Según hablaba, le asentía lentamente, y sonreí ampliamente, sin mostrar los dientes, cuando me preguntó.
-¿Qué sabe usted de la playa de Salamanca?


Diez minutos más tarde, el coche llegaba a la puerta del edificio donde vivo.
-Oiga... le he hecho una pregunta, ¿sabe algo o no?
-¿Eh? ¿Era a mi?
Lo cierto es que mi reflejo en sus gafas me había desconcertado durante más tiempo del que creí.
-Da igual. La playa de Salamanca es un emplazamiento único, señor detective. Alejado de la civilización, pocos o nadie conocen su paradero. Es el paraje único donde podré construir el proyecto de mi vida: el Residencial Escondrijo del Sinvergüenza, un conjunto de trescientas mansiones, cada una más indecentemente lujosa que la anterior, con piscina, garaje, esclavos... Un pelotazo, vamos. He untado a cuatro alcaldes para obtener los permisos, sólo falta averiguar la localización exacta de ese lugar. Y para eso, señor, quiero contratarle. ¿Qué le parece?
-Me parece que tiene usted una mierda de contactos si le han llevado hasta mi, pero acepto encantado. ¿Cuánto se cobra?
-Diez mil tracatracas, si me la encuentra antes del lunes por la mañana.
-Ahivalaostia, ¿diez mil?
-Sí, señor.
-¿Cómo se que no me está timando?
-Porque le pagaré por adelantado.
-Bueno, es un buen argumento... lo malo es que no me he traído el trasto ese de pasar la Visa.
-Ya, qué me va a contar, es un armatoste muy grande...
-Y que lo diga... ¿dónde quieren que me lo guarde? No tengo ni gabardina...
-Mi señora, en sus días de prostituta, llevaba uno en el bolso.
-Nunca me han gustado los bolsos... son demasiado femeninos, me rompen la estética de tipo duro que intento llevar.
-Me hago cargo... bueno, no se preocupe, le extenderé un cheque.
Poco después, estaba subiendo las escaleras de mi casa con un cheque de diez de los grandes en el bolsillo de los calzones. Entré en casa, y lo celebré con un lingotazo que me dejó KO en el sofá, con Chuck Norris en la tele anunciando máquinas para hacer abdominales. Mi búsqueda de la playa de Salamanca había comenzado. Y esa noche tuve un sueño revelador que me ayudó a descubrir dónde estaba ese mítico lugar. Cómo lo hice y cómo lo olvidé después, os lo contaré próximamente. Si es que aún sigo vivo.

Hombre sin Gabardina.
4 botellazos:
  1. Alvar Says:

    Por cierto, ¡saludos a todos! Encantado de participar en este sindiós tan divertido.
    Nos vemos en próximas ;)


  2. Hombre Vida Says:

    Bienvienido Hombre sin gabardina. Si tuviera que calificar tu encuentro con ese mafioso (y creeme, tengo que hacerlo), sería insuperable.
    Por lo que he entendido, no solo los Flying Earth tienen planes malvados para con la playa...

    Nos seguimos leyendo.


  3. Saludos Hombre sin Gabardina. Se lo que es haber perdido una prenda que es indispensable y comprendo tu pesar, para que como detective privado que eres, no podrás emular a Humphrey Bogart, de la miasma forma que yo como aventurero no tengo un mal trapo con el que secarme, y lo tengo que hacer con balletas Vileda. Un saludo y feliz búsqueda.


  4. Mafiosos manchegos... ¿tendrán algo que ver con los que apresaron al Hombre de Salamanca en Toledo?, ¿dónde habrán oído hablar acerca de la playa?, ¿es esto que estoy pisando un chicle de mora? Hmmm... no, puaj, no lo era.
    Bienvenido a la búsqueda y buena suerte, Hombre sin Gabardina. Me recuerdas a un hámster moribundo que conocí hace mucho tiempo...